El Discernimiento del Reino: Entendiendo la Parábola de los Invitados a la Boda

La Soberana Invitación del Rey
La frase “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” se encuentra al final de la Parábola del Banquete de Bodas narrada por nuestro Señor Jesucristo, según el Evangelio de San Mateo ( 22, 1-14). Esta parábola no es solo una historia más; es una revelación crucial sobre el Reino de Dios, la persona de Cristo y la naturaleza de la salvación. Para comprender su significado, debemos sumergirnos en el contexto de la narración, donde un rey (que representa a Dios Padre) prepara un gran banquete para la boda de su hijo (que es Jesucristo mismo).
En el corazón de la parábola está la invitación universal. El rey envía a sus siervos a llamar a los invitados. El pasaje dice: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que hizo un banquete de bodas para su hijo” ( 22, 2). Esta invitación es el llamado (la vocación) a la vida en Cristo, a la comunión con Dios, simbolizada por el gozo y la plenitud del banquete nupcial.
La belleza de este llamado radica en su magnitud y su gratuidad. Cristo mismo es la puerta de entrada a este banquete. Su obra redentora, culminada en la Cruz y la Resurrección, abrió el acceso a la vida eterna para toda la humanidad. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo ( 1, 29), y Su sacrificio es la razón por la que todos, sin excepción, estamos invitados. El apóstol San Pablo lo afirma: “Cristo Jesús… se entregó a sí mismo en rescate por todos” ( 2, 5-6). En este sentido, todos son llamados porque la salvación se ofrece libremente en Él.
El Drama de la Negativa y la Apertura a los Caminos
El primer grupo de invitados, aquellos inicialmente esperados, rechazaron la invitación con excusas triviales o, peor aún, con hostilidad hacia los mensajeros del rey. Unos se fueron a sus negocios y otros “maltrataron y mataron a los siervos” ( 22, 5-6). Esta parte de la parábola refleja el trágico rechazo de Cristo y de Su mensaje por aquellos que debían ser los primeros en acogerlo.
Ante esta negativa, la respuesta del Rey es de justicia y, a la vez, de una misericordia desbordante. El rey, entonces, da una orden que transforma la historia de la salvación: “Vayan, pues, a las encrucijadas de los caminos y a cuantos encuentren, invítenlos a la boda” ( 22, 9). Esta es la confirmación bíblica del llamado universal que se extiende a “todos”, a los gentiles, a los pecadores, a los marginados, a “buenos y malos” ( 22, 10).
El llamado de Dios, la invitación a la salvación en Cristo, no es selectivo en su ofrecimiento inicial. Es una gracia que se derrama sobre el mundo entero. Cristo lo dijo claramente: “Vengan a mí todos los que están fatigados y cargados, y yo los aliviaré” ( 11, 28). La mesa está puesta para todos, un recordatorio constante de que la obra de Cristo es infinitamente suficiente para salvar a todo aquel que cree ( 3, 16).
La Condición del Escogido: El Vestido de Boda
Es en el clímax de la parábola donde se revela el significado profundo de la segunda parte de la frase: “…pero pocos los escogidos” ( 22, 14).
Una vez la sala del banquete está llena, el Rey entra y observa a los comensales. Allí encuentra a un hombre que no lleva “el traje de boda” ( 22, 11). Este es el punto crucial que distingue al llamado del escogido. El hombre, a pesar de haber entrado libremente, es expulsado: “Átenlo de pies y manos y arrójenlo afuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes” ( 22, 13).
¿Qué representa este vestido de boda? No es un simple atuendo literal, sino la condición espiritual que se exige para permanecer en el Reino:
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La Fe Viva: Es la adhesión plena a Cristo, el único Salvador. El vestido es la justicia que proviene de la fe en Él. San Pablo nos recuerda que hemos sido “revestidos de Cristo” por el bautismo ( 3, 27).
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La Santificación y las Obras: El vestido simboliza la vida de conversión, obediencia y santidad que debe seguir al llamado. No basta con ser invitado; hay que responder con la voluntad de vivir según el Evangelio. El apóstol Santiago nos enseña que “la fe si no tiene obras, está realmente muerta” ( 2, 17). El escogido es aquel que, habiendo recibido la gracia de la invitación, coopera con ella para producir frutos dignos de conversión. El vestido de boda es el fruto del Espíritu manifestado en el amor y la rectitud ( 5, 22-23).
Un Ejemplo Práctico: El Compromiso Diario
Imaginemos a dos personas que asisten a Misa todos los domingos. Ambas han sido llamadas a la mesa del Señor, a recibir la Palabra y la Eucaristía, el máximo banquete de bodas. Sin embargo, solo una de ellas es, en el sentido bíblico y profundo, una escogida.
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El Llamado Pasivo: Asiste por costumbre, cumple el precepto, pero su corazón no ha sido transformado. Vive en el egoísmo, no perdona a su prójimo y el mensaje del Evangelio no afecta sus decisiones diarias. Lleva su “ropa de calle”, es decir, su vida antigua y mundana, al banquete del Señor.
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El Escogido Activo: Asiste con fe viva. Su encuentro semanal con Cristo lo impulsa a buscar la santidad. Pide perdón por sus faltas, perdona a quienes le ofenden, y se esfuerza por vivir la caridad. Su vida es su vestido de bodas, tejido con los hilos de la fe en Cristo y las obras que brotan de esa fe. Ha pasado de ser un simple invitado a ser un discípulo comprometido, alguien que persevera hasta el fin ( 24, 13).
Cristo: La Gracia que Convierte el Llamado en Elección
La frase, lejos de ser un mensaje de exclusión, es una poderosa llamada al discernimiento y la seriedad de la fe. Nos enseña que la salvación es objetiva (proviene de la obra única de Cristo) y a la vez subjetiva (requiere nuestra respuesta personal y activa).
Cristo es el centro de esta verdad, pues Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” ( 14, 6). Nadie puede venir al Padre sino por Él. Si somos llamados, es por Su gracia. Si somos escogidos, es porque esa misma gracia nos ha capacitado para permanecer en Él y dar fruto abundante ( 15, 5).
La única fuente de la elección es la obra redentora de Jesucristo. El creyente que hoy se esfuerza por vivir en santidad, que busca la reconciliación y que sigue los mandamientos del Señor, no lo hace por sus propias fuerzas, sino por la gracia santificadora que emana de Cristo. Somos “escogidos” no porque seamos mejores, sino porque hemos aceptado el traje de bodas que Él mismo nos provee: Su propia justicia y vida nueva.
La vida cristiana es, entonces, un continuo proceso de elección. Cada día, somos invitados a renovar nuestro compromiso. El llamado es una invitación de amor; el ser escogido es el fruto de la perseverancia en la respuesta amorosa a Aquel que nos amó primero ( 4, 19).
Que esta verdad nos impulse a vivir de tal manera que, al ser examinados por el Rey en Su venida, nuestro vestido de bodas resplandezca con las buenas obras que Cristo ha preparado de antemano para que caminemos en ellas ( 2, 10). ¡Hemos sido llamados a la vida eterna; respondamos con la fidelidad de los escogidos!
Acerca de Ricardo
"Donde la Fe y la Ciencia se encuentran para revelar la verdad del Creador."
Soy Ricardo, apasionado por la Palabra de Dios y por el conocimiento que nos brinda la ciencia. Creo firmemente que la Biblia y la ciencia no se oponen, sino que juntas nos ayudan a comprender mejor la vida, la creación y nuestro propósito en este mundo.