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¿Que significa que hay que ser como niños para entrar en el reino de dios?

Fecha del Post: 1 diciembre, 2025

El Escenario de una Verdad Profunda

 

La escena que plantea el Señor Jesús, llamando a un niño y colocándolo en medio de sus discípulos, es una de las más bellas y, a la vez, desafiantes de todo el Evangelio. Nos la relata el apóstol San Mateo, en un momento crucial donde los discípulos estaban inmersos en una discusión muy humana: la de saber quién era el más grande en el Reino de los Cielos. (Mateo 18: 1). La respuesta de Jesús no fue una disertación teológica compleja, sino un gesto simple y una verdad cortante:

«En aquel momento, los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. El más grande en el Reino es el que se haga pequeño como este niño. Y el que reciba en mi Nombre a un niño como este, me recibe a mí.”» (Mateo 18: 1-5,)

Esta no es una invitación a la inmadurez o a la ingenuidad pueril, sino un llamado radical a la reversión total de los valores que rigen el mundo y, a menudo, nuestras propias ambiciones espirituales. Jesús nos pide despojarnos del “adulto” que busca prestigio, poder y autosuficiencia, para revestirnos de la esencia que hace a un niño apto para el Reino: la humildad, la confianza y la dependencia.

La Humildad: Despojarse de la Grandeza Propia

El contexto inmediato de la enseñanza es la pregunta sobre la “grandeza”. Los discípulos, a pesar de seguir al Mesías, seguían anclados en una mentalidad de estatus y jerarquía. Jesús les señala que, en su Reino, la grandeza se mide por la pequeñez.

El niño, por naturaleza y posición social de la época, carece de estatus, poder económico o logros que exhibir. Él no tiene una reputación que defender ni una posición que asegurar; simplemente es.

Ser como un niño significa, en primer lugar, practicar la humildad radical de quien no se considera superior a nadie. Es asumir la actitud de servicio y anonimato que el mismo Cristo ejemplificó al lavarle los pies a sus discípulos:

«El que quiera ser el primero, debe ser el servidor de todos, porque ni siquiera el Hijo del hombre vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.» (Marcos 10: 44-45)

El orgullo es la gran barrera para la fe. Es la actitud de la persona que se siente capaz de salvarse por sus propios méritos, conocimientos o buenas obras. El “hacerse como niño” implica reconocer, con sinceridad absoluta, nuestra pobreza espiritual y nuestra total necesidad de Cristo para la salvación. Solo quien se humilla, reconociendo su incapacidad para alcanzar la santidad por sí mismo, está en condiciones de aceptar el regalo inmerecido de la gracia que Él nos ofrece.

Ejemplo práctico: Pensemos en una persona adulta que acaba de cometer un error grave en su trabajo. El adulto orgulloso intentará justificar su fallo, culpará a otros o intentará taparlo. El “niño espiritual,” en cambio, no teme al ridículo ni a la pérdida de prestigio; confiesa su error con sencillez, pide ayuda para corregirlo y aprende de la experiencia sin que su valía personal se vea destrozada. Así debemos ser ante Dios: reconociendo nuestro pecado sin excusas.

La Confianza y la Dependencia Absoluta

Otro rasgo esencial de la niñez es la confianza total. Un niño pequeño no se preocupa por el alimento de mañana, el vestido o la seguridad de su hogar; confía ciegamente en que sus padres proveerán. Esta confianza no es una elección consciente, sino una condición de su ser: sabe que su vida depende enteramente de la persona que lo cuida.

Al pedirnos ser como niños, Jesús nos invita a despojarnos de la ansiedad y el afán que paralizan la vida adulta. Nos llama a poner nuestra existencia, sin reservas, en las manos del Padre Celestial, a quien Él mismo nos reveló:

«Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Fíjense en los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre de ustedes, que está en el cielo, los alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellos?» (Mateo 6: 25-26)

Ser como niños es vivir la fe como una dependencia constante del Señor. Es dejar de lado la ilusión de control que el mundo nos vende y reconocer que el único que tiene el poder de darnos la vida eterna y de sostenernos en las pruebas es Cristo. Él es el único camino, la única verdad y la única vida (Juan 14: 6), y solo confiando plenamente en su obra redentora podemos obtener la salvación.

Esta dependencia no es pasividad, sino la más alta forma de actividad espiritual, pues implica una oración constante y un abandono activo en la voluntad de Dios.

La Aceptación Sincera: La Fe sin Prejuicios

El niño se acerca a las cosas nuevas con una mente abierta, lista para recibir y aprender, sin el bagaje de prejuicios y razonamientos complejos que a menudo obstaculizan la fe del adulto.

El adulto, especialmente el “sabio” según el mundo, tiende a analizar, criticar y exigir pruebas tangibles antes de aceptar una verdad que trasciende su lógica. El niño, en cambio, acepta la palabra de su padre como verdad incondicional.

Jesús subraya la importancia de esta sencillez intelectual cuando da gracias al Padre:

«En aquel momento, Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.”» (Lucas 10: 21)

El Reino de Dios, que es la misma persona de Jesucristo y su Evangelio, se revela a aquellos que se acercan con la sencillez del corazón, dispuestos a recibir la Palabra sin intentar adaptarla a sus propias categorías de pensamiento. Es la fe que acepta el misterio de la Eucaristía, el poder de la Cruz y la realidad de la Resurrección, no porque pueda explicarlo científicamente, sino porque confía en la Palabra del Único Salvador.

Ejemplo práctico: Cuando escuchamos la Palabra de Dios, el adulto “sabio” puede empezar a debatir la exégesis, la traducción o el contexto histórico, desviando el foco de la verdad espiritual central. El “niño espiritual” escucha el mensaje con docilidad y se pregunta: ¿Qué me dice Cristo hoy a mí, en mi vida? Esta apertura humilde es la que permite que la semilla de la Palabra arraigue y dé fruto.

Jesucristo: El Centro de la Niñez Espiritual

El ser como niños no es un fin en sí mismo, sino la actitud indispensable para acercarse a Cristo, quien es el centro del Reino y la Puerta de la salvación. Él no solo nos enseña la virtud, sino que nos da la gracia para vivirla.

«El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.» (Juan 14: 9)

La humildad del niño es la que imita la humildad del mismo Hijo de Dios, quien se despojó de su rango divino y se hizo obediente hasta la muerte en la Cruz (Filipenses 2: 6-8). Su dependencia incondicional del Padre, manifestada en su oración constante (Lucas 5: 16) y en su obediencia total (Juan 6: 38), es el modelo supremo.

El llamado a ser como niños es, en última instancia, un llamado a recibir a Jesús. El que se hace pequeño reconoce que necesita un Salvador y lo busca con la total confianza del que sabe que solo en Él está la vida:

«En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida.» (Juan 6: 47-48)

El Reino de Dios no es una recompensa para los que se han esforzado mucho, sino un regalo para los que, con corazón de niño, se arrojan en los brazos de su único y suficiente Redentor.


Hacerse como niños para entrar en el Reino de Dios significa un camino de conversión diaria (Mateo 18: 3) que nos lleva a desprendernos de todo aquello que el mundo valora —orgullo, autosuficiencia, afán— y a abrazar aquello que el Evangelio santifica: la humildad, la confianza y la dependencia total del Señor.

Esta es la senda que nos conduce al centro de la fe: Jesucristo, el único Señor, el Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2: 5), cuya obra redentora es la única fuente de salvación para todo aquel que, con la sencillez de un niño, cree en su nombre.

¿Está su corazón dispuesto a despojarse del prestigio adulto para nacer de nuevo en la sencillez del Evangelio?

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Acerca de Ricardo

"Donde la Fe y la Ciencia se encuentran para revelar la verdad del Creador."

Soy Ricardo, apasionado por la Palabra de Dios y por el conocimiento que nos brinda la ciencia. Creo firmemente que la Biblia y la ciencia no se oponen, sino que juntas nos ayudan a comprender mejor la vida, la creación y nuestro propósito en este mundo.